domingo, 30 de enero de 2011

Intrahistoria de un sueño hecho realidad


La gélida tarde del 31 de diciembre de 2010 quedará grabada para siempre en mi memoria. La inminente llegada de un nuevo año y su tradicional festejo pasaron a un discretísimo segundo plano en mi orden de prioridades. Sólo un asunto centraba mi atención: la contemplación in situ de un sueño prolongado hecho realidad. Y es que llevaba algo más de una década anhelando dedicar un retablo cerámico, con la portentosa imagen de Nuestro Padre Jesús de los Remedios, a mi querida abuela Carmen ‘Cecilia’. Su grato recuerdo permanece intacto e indeleble, al tiempo que su extraordinaria calidad humana ha evidenciado –de largo– el mejor legado posible para hijos, nietos y demás familiares.


A primera hora de la tarde me desplacé, en compañía de mi buen amigo Javier Tovar, hasta tierras onubenses, concretamente al bello y tranquilo pueblo de Villalba del Alcor. Tras una intensa mañana de llamadas y visitas a los siempre defectuosos cajeros automáticos de Cajasol, emprendimos el viaje con la cartera llena (todo hay que decirlo) y la ilusión puesta en apreciar –tras muchas semanas de espera- la culminación del trabajo encomendado. A Javier, dados sus conocimientos y leal amistad, confié ciegamente la elección del pintor ceramista que haría realidad mi sueño. Tras barajar varias opciones, en lo que supuso un minucioso estudio prospectivo, finalmente nos decantamos conjuntamente por Carmelo del Toro, consagrado como uno de los más firmes valores de la cerámica artística y religiosa en la actualidad.

Al llegar al domicilio particular del maestro, saciados ya de marchas procesionales de las denominadas oíbles, un hecho me llamó poderosamente la atención, y así se lo hice saber a mi compañero de trayecto. Casi como por arte de magia, el cielo reveló una repentina y reveladora transformación. Su aspecto enrojecido me retrotraía con exactitud a las anheladas tardes de Viernes Santo; sin duda alguna, el preludio perfecto para mi encuentro con Él. Enseguida fuimos recibidos por un hospitalario Carmelo del Toro, que aguardaba en la puerta de su señorial casa tras la llamada telefónica de rigor anunciando nuestra inminente llegada. Mientras nos adentrábamos en ella, los nervios –hasta ese momento en situación de bajo control– fueron aflorando en mí de forma vertiginosa, señal inequívoca de que la hora definitivamente había llegado. Carmelo nos condujo a la parte superior trasera de la vivienda, donde tiene instalado su pequeño taller. Sobra decir que mi primera impresión al contemplar la obra resultó indescriptible. Estaba situada sobre un amplio caballete de madera; me acerqué a ella con pasos muy lentos, en lo que supuso un ir y venir de recuerdos, sentimientos y emociones. Mientras contemplábamos alelados el bello retablo cerámico ejecutado por Carmelo, una atronadora lluvia irrumpió de golpe sobre el cielo villalbero. Al cesar ésta, tras media hora de intercambio de impresiones y habiendo efectuado el correspondiente pago en metálico, pusimos rumbo de regreso a Castilleja de la Cuesta, nuestro hábitat natural.


Nada más llegar a casa, Javi y yo situamos metódicamente cada pieza del retablo sobre el cristal de la mesa camilla ubicada en la otrora habitación de mi abuela. No puedo negar que todo aquello se perpetró bajo un halo de misterio cuanto menos llamativo. En el salón contiguo, familiares y vecinos aguardaban con impaciencia el desenlace final. Las muestras de admiración y orgullo se sucedieron por espacio aproximado de media hora; me da la sensación de que nadie presentía la envergadura de la obra. Y es que la talla atribuida a Marcelino Roldán hacia la primera década del siglo XVIII, ha sido plasmada de manera prodigiosa con una perspectiva del monte Calvario como fondo. A su vez, presenta la particularidad de tener los bordes recortados, lo que concede a la pieza una gran vistosidad.


Con el paso de los días fuimos valorando los pasos a seguir para ejecutar el necesario adecentamiento del zaguán. Encomendé la colocación del azulejo a mi tío Manolo Jiménez, todo un manitas en estas lides y del que jamás hemos obtenido un no por respuesta. Por otra parte, la pintura del techo y las paredes laterales corrió a cargo de José Rodríguez, Canuto, al que desde este rincón agradezco su total predisposición. Las labores de ornamentación concluirían con la adquisición de dos hermosos apliques y una coqueta alfombra.


En la tarde noche del sábado 22 de enero, festividad de San Vicente, don Florentino Córcoles Calero –párroco de Santiago y Purísima Concepción de nuestra localidad– tuvo a bien bendecir el retablo cerámico en presencia de familiares y allegados. Sin duda alguna, el mejor colofón posible para certificar la constatación de un viejo sueño hecho realidad.


Enlace de interés: http://www.retabloceramico.net/3474.htm