Rvdmo. Sr. D. Juan José Asenjo Pelegrina |
He de reconocer que desde el pasado domingo me hallo en un profundo estado de estupor. Eso sí, poco a poco, conforme van pasando los días y las horas, empiezo a calibrar la verdadera dimensión de las palabras pronunciadas por el Sr. Arzobispo de Sevilla en su reciente visita al templo santiaguista de nuestra localidad con motivo de la apertura del nuevo curso pastoral. Y lo cierto es que éstas apenas si gozan de parangón. El mero hecho de que, en presencia de toda la comunidad parroquial castillejana, el Pastor de la Iglesia hispalense nos haya invitado decididamente a “iniciar el camino” conducente al honroso reconocimiento eclesiástico de Nuestra Madre Protectora, supone ya de por sí un hito sin precedentes en la longeva historia de la corporación.
Pongo por delante que la Santísima Virgen de la Soledad ya goza, desde tiempo inmemorial, del mayor reconocimiento jamás concedido: la devoción inalterable de un pueblo rendido a su despampanante belleza, su rutilante y codiciada antigüedad y ese genuino don para cautivar en cuestión de segundos a todo aquel que se postra ante Ella. Empero, uno –por más vueltas que le quiera dar– no puede mostrarse impasible ante tan extraordinaria incitación. La voluntad de los hermanos debe hacerse notar al unísono, manifestándose vigorosa y visible con necesaria celeridad.
Si bien el camino nos muestra, muy a lo lejos, una meta “paradisíaca” en forma de sugestiva coronación, lo verdaderamente atrayente del mismo son las estaciones que previamente hay que recorrer y que, a la postre, son las que harán crecer tanto interna como externamente a la hermandad: caridad, formación y, por supuesto, el fomento y estímulo de la cohesión social, de la familia como legado patrimonial de la humanidad y de la participación juvenil como germen brioso de esperanza. Sin estos pilares, que habrán de presentarse sólidos y duraderos en el tiempo, la meta adquirirá una connotación tan utópica como quebradiza. Y Ella, que tanta historia arrastra bajo sus benditas sienes, no sería digna de un mero espectáculo folclórico y sentimental, por bonito que éste se nos anuncie.
Nuestra Señora de la Soledad (siglo XVI) |
Obviamente, tanto la alegría suscitada entre sus devotos como la resonancia mediática que está alcanzando la noticia en estos primeros días, son comprensibles y hasta justificadas. Pero ello no es óbice para que la junta de gobierno que rige los designios de la Hermandad siga los cauces oportunos con paso firme y seguro, sin las improvisaciones a las que últimamente nos tiene acostumbrada. Una aspiración de semejante calado requiere forzosamente de numerosos actores secundarios; saber administrar con coherencia el apoyo incondicional de éstos, será el difícil cometido de sólo unos pocos. El primer paso ha de ser conseguir el beneplácito de los hermanos para iniciar los trámites oportunos. A partir de ahí, moldear un proyecto serio y humilde, alejado de la ostentación y cercano a la realidad social hoy día imperante.
El trayecto no puede ser más hermoso; el preludio, sencillamente inmejorable. Hagamos de esta larga peregrinación un compendio de palpables intenciones y no nos quedemos únicamente en la simpleza de lo popular. No hay prisa alguna; no necesitamos reivindicar nada; considerémoslo, pues, simplemente como la gran oportunidad de refrendar –con buenas obras– ante toda la archidiócesis y opinión cofrade sevillanas, el infinito amor que profesamos a la Reina y Señora de Castilleja.
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